Tengo un curioso y especial libro traducido y prologado por César Aira, Los Jóvenes visitantes, (Universidad de Buenos Aires, 1997), una novela que terminó siendo como esos secretos-joyas de las que uno a veces tiene la suerte de recibir. Su prólogo es tan estimulante como entretenido, no sólo de la parte formal, a través de la que Aira reflexiona sobre las técnicas y formas del oficio de escribir, sino también de la interesante construcción de la biografía de la autora, una niña inglesa de nueve años, de la época victoriana, llamada Daisy Ashford. (1881-1972), que abandonó la escritura antes de los quince.
La leyenda está ligada rotundamente a esta escritora y sus libros, ya que sus manuscritos fueron desempolvados, siendo ella adulta y publicados en 1919. De la parte biográfica, me parecen memorables cuando Aira nos relata el amor, la precocidad y avidez niña por la escritura. Cuenta que ya cuando tenía cuatro años, sin saber leer ni escribir, se atrevió a crear una novela: dictándosela a sus padres. También nos dice que siendo más grande, la niña rezaba para que lloviera y no la obligaran a salir a jugar al jardín y así verse obligada interrumpir su narración. . En cuanto al relato, no exento de polémicas de que si es o no una novela, Aira argumenta: “es innegable que su libro se parece mucho a una novela de verdad. Su desarrollo es impecable; la atención del lector está manipulada con mano firme; el peso relativo de las dos tramas, la romántica y la social, es perfecto, como lo es el equilibrio de lo dicho y lo implícito en las motivaciones de los protagonistas”.El libro es un clásico de la lengua inglesa que ha desembocado en obras teatrales y una película. Para su traductor y prologuista, una lección total de eficacia y efectividad narrativa, gracias a la pura obediencia del placer de hacerlo (al igual que el juego) y debido a la ausencia de feroces egos, monstruo con el que en los creadores siempre tendrán que batallar.
Os dejo un fragmento del libro (pág. 60), para los más curiosos:...Su alteza se puso de pie: me parece que tomaré un tranquilo vaso de champagne, dijo, ven tú también Clincham y trae a tu amigo, los Diplomáticos están llegando y no estoy de humor para una charla profunda, ya firmé una docena de documentos así que ya cumplí con mi deber.
...Todos salieron por una puerta privada y se encontraron en un cuarto más pequeño pero magnífico. El Príncipe dio un golpecito en la mesa y al instante aparecieron dos sirvientes de chaqueta roja. Traigan tres copas de champagne, ordenó el príncipe, y helados, agregó majestuosamente. Las mercaderías parecieron como por magia y el príncipe sacó una caja de cigarros y la ofreció alrededor.
...La Vida de Corte lo agota a uno, observó.
...Ah, sí, asintió el Conde.
...Me abruma, dijo el príncipe, pasándole la lengua a su helado de frutilla, todo lo que quiero es paz y tranquilidad y un poco de diversión, y aquí estoy, condenado a esta vida, dijo sacándose la corona, ser de la realeza tiene muchos inconvenientes penosos.
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