Una imagen de juventud de la autora. ©Louise Dahl Wolfe
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Todo lo que sucede en mis relatos me ha sucedido o me sucederá.
Carson McCullers
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Hace días he releído La Balada del café triste (1943), de la estupenda escritora Carson McCullers (Columbus, Georgia, 1917- Nueva York, 1967). Considerado como el mejor de su creación literaria para muchos, allí, se palpa el calor, la tierra y el polvo en los labios, la soledad del paisaje pantanoso como espejo de la vida de sus personajes. Un relato redondo, sin fisuras, llena de poesía y desolación. Heredera de Faulkner y de los maestros rusos: Dostoievski, Chéjov y Tolstói.
La escritora se luce al crear sus personajes, la señorita Amelia, protagonista de la Balada, la describe a lo largo del relato como de pocas palabras, peleona, trabajadora, avara, de piernas largas, de paso desgarbado, orgullosa y severa.
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“La señorita Amelia era rica… Era una mujer alta y morena con huesos y músculos de hombre. Llevaba el pelo corto y cepillado hacia atrás, y su rostro bronceado tenía un aire tenso y fatigado. Podría haber resultado guapa si, ya entonces, no hubiese sido ligeramente bizca. No le hubiesen faltado pretendientes, pero a la señorita Amelia no le importaba para nada el amor de los hombres; era una persona solitaria”.
El narrador pertenece al colectivo, una voz que sabe del pueblo y sus historia, construida sobre la base de chismes, especulaciones y anécdotas, y que por ello también ignora los “por qué” de ciertos episodios de la vida de Amelia, como su rara noche de bodas: “los muchachos que aquella noche atisbaron por la ventana dijeron que lo que realmente había ocurrido era…” y una página más delante dice “Sólo Dios sabe cómo debió pasar la noche”.
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Desde el principio podemos adivinar la fatalidad de la historia, ya que comienza al observar el antiguo café y la casa entablada de Amelia. La aparición de tintes inocentes de un supuesto primo de cuerpo deforme por una joroba, llamado Lymon, de piernas enclenques y un tanto fanfarrón da un giro a toda la narración.
Algunos han catalogado su escritura como Gotic por la presencia al unísono del humor y la tragedia, salpicado por la presencia de sus personajes deformes. Sus atmósferas son envolventes, palpables, se puede sentir la cotidianidad de las vidas como si uno fuera parte de un pueblo del sur de Estados Unidos en los años 40 y pudiera saborear ese alcohol que destila Amelia y al fondo escuchar la canción dolorosa y profunda que 12 presos que trabajan en la carretera de Forks Falls, entonan para alivianar sus penas.
Me ha encantado tu entrada. Sucinta y certera en la descripción. De verdad que capta genialmente el retrato que hace el libro de ese sur pobre de la era post depresión, con olor a polvo, de personajes secos y envidioso, pero a la vez profundamente humanos. ¡Cada día me gusta más tu mirada! La señorita Amelia es todo un hallazgo.
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