viernes, 14 de marzo de 2008

Espejos en la memoria: 1- Olga Orozco

Lo demás aún se cumple en el olvido Olga Orozco
Los amigos que han emigrado a alguna parte del mundo siempre comentan ese, a veces, terrible ejercicio “Zen” de ir dejando cosas y tomar las esenciales.
A veces nos equivocamos. En ésta, mi segunda mudanza, mi biblioteca ha ido mermando y pienso en libros que quiero recuperar pero otros, por buenos que sean, no volveré a leer. La vieja pregunta de ¿qué te llevarías a una isla desierta…? se cumple en cierta forma acá. Hay un libro, que desde que me lo regalaron lo llevo conmigo, una antología de la poeta argentina Olga Orozco (1920- 1999), Relámpagos de lo invisible (1997, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires). Sus poemas estuvieron presentes en casi todos los talleres que impartí, Remo contra la noche, mi preferido, quizá se erige, terriblemente como una revelación de la fatalidad y el destino.
El blog, que en un principio buscaba rabiosamente una identidad, poco a poco comienza a encontrarla, y la Coixet, Lucía, Concha Michel y ahora Olga, me van hablando de una decantación hacia lo femenino, me pide a voces, también, reflexiones feministas como autoafirmación y búsqueda de una reivindicación de derechos aún por conquistar. Por supuesto, los creadores y pensadores siempre estarán acompañándonos, os queremos y también necesitamos.
El libro contiene fotos en la que aparece ella en distintas etapas de su vida, siendo entrañable, ésta en la que la poeta aparece ataviada como una exótica reina mora dentro de la imponente arquitectura de la Alhambra. Había que traer a Olga de vuelta.
Con ello doy inicio a la idea, de una Serie de entradas compuesta por poemas, pinturas o fotos, en las que las artistas se presentan ante el mundo, en una suerte de autorretrato y/o autobiografía. Es por ello, que he escogido otro poema (y no el mencionado arriba) con que acompañar esta nota. OLGA OROZCO
Yo, Olga Orozco, desde tu corazón digo a todos que muero.
Amé la soledad, la heroica perduración de toda fe,
el ocio donde crecen animales extraños y plantas fabulosas,
la sombra de un gran tiempo que pasó entre misterios y entre alucinaciones,
y también el pequeño temblor de las bujías en el anochecer.
Mi historia está en mis manos y en las manos con que otros las tatuaron.
De mi estadía quedan las magias y los ritos,
Unas fechas gastadas por el soplo de un despiadado amor,
La humareda distante de la casa donde nunca estuvimos,
Y unos gestos dispersos entre los gestos de otros que no me conocieron.
Lo demás aún se cumple en el olvido,
Aún labra la desdicha en el rostro de aquella que se buscaba en mí
igual que en un espejo de sonrientes praderas,
y a la que tú verás extrañamente ajena:
mi propia aparecida condenada a mi forma de este mundo.
.
Ella hubiera querido guardarme en el desdén o en el orgullo,
en un último instante fulmíneo como un rayo,
no en el tumulto incierto donde alzo todavía la voz ronca y llorada
entre los remolinos de tu corazón.
No. Esta muerte no tiene descanso ni grandeza.
No puedo estar mirándola por primera vez durante tanto tiempo.
Pero debo seguir muriendo hasta tu muerte
porque soy tu testigo ante una ley más honda y más oscura
que los cambiantes sueños, allá, donde escribimos la sentencia:
"Ellos han muerto ya. Se habían elegido por castigo y perdón, por cielo y por infierno.
Son ahora una mancha de humedad en las paredes del primer aposento".

No hay comentarios:

Publicar un comentario

(no se publicarán comentarios con intenciones soeces)