La idea del periodista valiente, que cubre la guerra siempre ha despertado admiración. Pero lanzarse al peligro también tiene sus variantes, Gitta Sereny (Viena, 1923) se ha sumergido en las verdaderas tinieblas del alma humana. Periodista, biógrafa e historiadora, a lo largo de más de 50 años de carrera entrevistó a varias figuras claves del nazismo (que se recogieron en sendas biografías) como Franz Stangl, quien fue capitán de las SS y comandante del peor campo de exterminio, el de Treblinka (Into that darkness, an examination of conscience; 1974); Albert Speer, uno de los ministros preferidos de Hitler, arquitecto y ministro de armamento (Albert Speer, su lucha con la verdad; Javier Vergara Editor, 1996). . El Trauma alemán (Península, 2005) recoge de manera autobiográfica momentos claves al rededor del nazismo (nacimiento, desarrollo y caída). La autora le interesa, de manera casi obsesiva, cuestiones irresolubles acerca del nazismo (y el hombre): la corrupción moral, qué cosas se activan para que un horror, de tales dimensiones pueda ser posible, qué piensan los verdugos, o qué pensaban aquellos hombres que se empeñaron en hacer, en cada uno de sus campos de extermino, la eficacia de matar más gente en el menor tiempo posible. Los capítulos abarcan desde interesantes crónicas y comentarios de los juicios de Nuremberg, a los que ella asistió, así como también esclarece temas y conceptos claves para entender parte de la historia, como la diferencia entre un campo de concentración y uno de extermino (en el segundo, los presos que llegaban no duraban ni tres horas vivos). Por otro lado, le dedica un importante capítulo a los Niños robados durante dicha guerra, La autora participó vivamente con La Administración de las Naciones Unidas para la Reconstrucción (UNRRA) en el tema de los niños desplazados que fueron arrancados de sus familias y entregados en "adopción" a familias alemanas. . En otro capítulo Sereny narra su decisión de entrevistar a Stangl, y su encuentro con éste. Le interesan los rostros y maneras de sus entrevistados como un plus a la información que les remiten. Casualmente Stangl murió 19 horas después de la última entrevista con Sereny (¿habría servido sus confesiones para exorcizar parte de sus demonios?). En una interesante entrevista que le hicieran para El País, se recoge una de las anécdotas que aparecen en el libro, la cual dibuja claramente el personaje inmoral de dicho capitán de las SS: . Stangl me citó como un ejemplo de su calidad humana la relación que sostuvo con un ayudante judío, un kapo, Blau, con el que solía conversar. Un día, éste le dijo que su padre anciano había llegado en uno de los transportes. “Un hombre de 80 años, Blau, es imposible…”, empezó displicentemente Stangl. Pero lo que Blau, muy consciente de dónde estaba, quería es que se le diera una muerte más digna y rápida a su padre que en las abarrotadas cámaras de gas, y que le permitieran que lo llevara antes a la cocina y le diese algo de comer. Stangl se lo concedió. Mataron al anciano de un tiro en la nuca, en el Lazarett, el falso hospital. Blau fue luego a agradecer al comandante su autorización, y éste le dijo: “Bueno, Blau, no hace falta, pero, por supuesto, si quieres agradecérmelo, puedes”. Blau, claro, aunque Stangl no me lo concretó, fue eliminado más adelante, como todos. Estuve a punto de hacer callar a Stangl mientras me explicaba esa historia, que me parece representativa del grado de corrupción moral a que había llegado. Él no comprendía la monstruosidad de lo que contaba. Después de oírlo tuve que escapar y sentarme dos horas en un bar sintiendo un malestar como no había experimentado nunca. Luego, regresé. El libro también intenta asomarse hacia el presente y futuro en relación con esta oscura parte de la historia del hombre, la postura de muchos de los hijos de los nazis o simplemente de los jóvenes alemanes, recoge de la misma manera, en sus páginas, a solitarios héroes que supieron decir "no" a los mandatos atroces de sus superiores. Asombra asomarse a la historia a través de la fluidez del periodismo y de una fuente tan sólida (moral y académicamente) como lo ha sido siempre Gitta Sereny. .
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