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miércoles, 20 de agosto de 2008
La luz en las piedras de Istria
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...He tenido la suerte de visitar en estas vacaciones buena parte de un país: Croacia. Desconocía sus tesoros: hablo de sus muy conservadas ciudades antiguas, herencias bizantinas, de las huellas de la poderosa Roma y de la aquella entonces república de Venecia. Yo, que vengo del Caribe, nunca creí poder deslumbrarme nuevamente por otros mares (lo siento, el listón es muy alto), pero el Adriático me ha conquistado como paisaje, pequeños islotes, saliendo de la nada, un azul verde y profundo, el horizonte interminable en el que se cruzan los barcos y las pequeñas ciudades que bordea...
Los tomates de la coqueta Rovinj, el celebérrimo queso de la isla de Pag, los higos, las trufas y todo lo que viene del mar... absolutamente delicioso, aunque tengo que confesar, con perdón de mis otros compatriotas, me refiero a los españoles, que he probado uno de los aceites de oliva más deliciosos de mi vida.
Pero si hay algo que me conquistó, aparte de su historia, a veces intacta, ha sido la nobleza de las piedras de la península de Istria... ya lo advertía en la guía Trotamundos, la cual apuntaba que: os hará odiar el asfalto, y es cierto, qué vulgar material el asfalto, ante la belleza clara, lisa y suave de de su tacto. Repele el calor y deja que, aquello que brille, se multiplique en su textura. La luz del atardecer, las farolas y la luna... Ya los venecianos repararon en ella y enlosaron la Plaza de San Marcos con piedras extraídas de las canteras de la Península (ahora Calatrava con su nuevo puente en Venecia, ha hecho lo mismo).
La memoria viene impregnada del olor de la lavanda, de los trabajos de las tejedoras, de la frescura de las aguas de Dalmacia.
Imágenes de la Ciudad antigua de Dubrovnik: ©Claudia Hernández
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Impresionan esos suelos, por los que provoca caminar descalzos en una noche fresquita y en buena compañía como la que llevabas tú.
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