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domingo, 21 de junio de 2009
París, bella como la Victoria de Samotracia
No he parado en casa, lo sé. Entre estudiar y viajar se me ha pasado los últimos meses. Siento haber abandonado el blog tanto tiempo, pero intentaré retomarlo aunque las vacaciones estén, nuevamente a la vuelta de la esquina. Quizá entonces sea lo mejor una pequeña crónica de algún viaje...
Mi último aterrizaje ha sido de la bella París. Ciudad que no me cansaría nunca de visitar, porque siempre da para mucho, como por ejemplo, recorrer alguna sala del Louvre con calma, y quedarse extasiado en las maravillas que en ellas aguardan, desde panes del antiguo Egipto, que uno no sabe como es posible haberse conservado entre tantos miles de años, disfrutarlo aún a costa de esquivar a los otros turistas que se empeñan en fotografiarse al lado de un sarcófago de algún noble, amigo de un faraón, olvidando (o ignorando), casi todos, que los flashes de las cámaras son terriblemente dañinos para todo aquello que sea pintura... en fin, sé que la paso mal en ese aspecto... siento mucho los bestia que podemos ser y el empeño que ponemos en dañar lo que se pueda.
Y ya pasando de la queja, vuelvo a los motivos que me harían una y otra vez volver al Louvre, a pesar de tanto tesoro, y es ver a la Victoria de Samotracia. No olvidaré la primera vez que la vi, no deja de sorprender, cómo a través de la dureza de la piedra podemos apreciar la transparencia de la tela, el movimiento de los pliegues del vestido, y el efecto de la brisa en toda la escultura, lo cual le quita la gravidez de la piedra y podemos pensar en un cuerpo realmente humano.
Aunque Marinetti en su Manifiesto Futurista quiso, supongo que provocar, al afirmar que un auto es más bello que la Victoria de Samotracia, lo que sí se me antoja comparar es a la belleza de dicha escultura con la bella París.
(arriba a la izquierda, peine griego del siglo V)
© Louvre
Da igual que las alas sean producto de una restauración, ciertamente no es lo que más asombra de dicha escultura... no me cansaré nunca de verla, aunque cientos de visitantes, al igual que yo, se agolpen para verla, aunque para muchos sea simplemente parte de la tarea de la ginkana de los grandes museos (algunos parecieran así concebir las visitas a éstos): La Gioconda, reina del top ten, la Venus de Milo le sigue en el ranking, de las obras que hay que luchar para acercarse un poco a ellas... lo bueno es que si a uno le gusta otras escuelas y épocas del arte, puede disfrutar totalmente relajado de la pintura Holandesa, de Flandes y Países bajos, Alemania (S. XV-XVII) una maravilla.
El paseo con el buen tiempo tiene su recompensa si se logra salir por el jardín Tullerie, y descansar en esas semi-tumbonas al sol mientras se escucha el arrullo de la fuente, ¡una delicia! (Los jardines de Luxemburgo también son una estupenda opción si de descanso en el parque se trata).
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Casi que salgo un poquito antes y te espero tumbado en las Tullerías, aplacando las ganas de echar a volar, digeriendo la cantidad de belleza que uno recuerda habita en ese palacio-museo-templo. Túmbate conmigo y echémonos encima los suaves pliegos de Victoria...
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